Aquellas palabras que dejaba escritas en cuadernos perdidos por su habitación, eran pájaros de papel enjaulados en el alma de una niña asustada. Normalmente, los mataba el olvido, un olvido que acababa desgarrando sus plumas, dejándolos sin alas para siempre. Temía que, cuando quisiera abrir las puertas de esa jaula que era su alma, ya no quedara pájaro capaz de volar, sino un cementerio de palabras enterradas, una necrópolis de amor.
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