Hoy es uno de esos días muertos.
Después de una noche de copas y buena música hasta las cuatro de la madrugada, llegas a casa y te desmayas en la cama. Te despiertas, miras el reloj del móvil que tienes apoyado en la mesita de noche y, sin saber cómo, son las cinco de la tarde. Haces un recuento de las horas que llevas durmiendo… aproximadamente trece horas. Te odias por dormir tanto y perder el día. Además, has amanecido con un catarro espantoso. Bien, empezamos bien, te dices a ti misma.
Decides preparar algo rápido de comer, aunque sabes que nunca es rápido. Comes y te sientas en el borde de la cama. No te apetece hacer nada, estás totalmente apática y cabreada con tu resfriado. Sales a hacer un poco de compra, intentando abrigarte bien y luchando contra esa gota de mucosa que intenta salir de tu nariz.
Perfecto, son las 20:30, no tienes nada de sueño y sigues sin ganas de hacer nada. Te encantaría echarte a dormir y despertar en un bonito jueves a las diez de la mañana y dejar ya este día sin sentido, pero te resulta imposible. Trece horas durmiendo son trece horas al fin y al cabo.
Piensas en salir a tomar un café (sí, un café a las 20:45, sabiendo que ya te costará dormir hoy) y hacer tiempo, pero una vocecilla que proviene de lo que queda de razón en tu cabecita te dice que sería mejor reposar y no empeorar este catarro arriesgándote a que una pequeña pero mortal ráfaga de viento acabe con tus posibilidades de estar dando brincos al día siguiente.
Las nueve de la noche: aburrimiento. Podría ser la hora de la cena pero has comido a las seis, así que no tienes hambre. Enciendes un cigarrillo, sabiendo que esto puede (seguro) empeorar tu resfriado, pero la razón no entra en este tema y decides matarte un poco más.
Las diez y media de la noche. De nueve a diez sólo ha tenido lugar la imagen de estar sentada en el borde de la cama con la mirada en un punto muerto y sin hacer nada, aunque pareciera que estuvieras pensando (muy repetida a lo largo de tu vida).
Volvamos, diez y media: pasa por tu cabeza la idea de hacer algo de cenar y acabas metiendo una pizza en el horno con la que sabes que no podrás, pero aún así debes hacer algo.
Te sientas en el sofá y están dando una película que parece bastante interesante y de la que has oído buenas críticas, empiezas a verla, pero no en realidad no te apetece nada. Te preguntas qué puedes hacer, una película parecía buen plan pero no te entra, así que empiezas a dar vueltas por la casa buscando cosas y sin encontrar nada que hacer.
Está claro que lo único que queda es retomar el libro que estabas leyendo y esperar a que el señor Morfeo se apodere de ti.
Resumen de un día muerto en el que no tienes ganas ni de pensar.